sábado, 2 de abril de 2011

3. EL FUNERAL

CLARA


No tardé en arrepentirme de cómo traté a Sofía, pues al fin y al cabo era mi mejor amiga, pero yo estaba destrozada tras la muerte de mi padre...y me sentía tan defraudada conmigo misma...
Lo último que hizo en vida mi padre fue llamarme, aún moribundo y enclaustrado en el coche con el que se estrelló, sacó fuerzas para coger el móvil y hacer una última llamada a su hija... a mi. Pero yo no quise contestarle...¡no quise despedirme de él! ¿Cómo podía haber sido tan mala persona y tan mala hija?
Y aunque en parte Sofía se merecía cierta irritación con ella por el desplante de esa mañana, había aprovechado para descargar toda mi rabia acumulada contra ella. Ahora estaba arrepentida, pero lo hecho hecho está, y ahora no podía hacer nada para remendar mi comportamiento. Lo que sí debía hacer era prepararme para el entierro de mi padre, que sería esa misma tarde.
Puse un poco de orden en la caótica habitación y luego me vestí con un holgado vestido negro por encima de la rodilla y unas bailarinas también negras, me planché un poco el pelo y lista, no estaba ahora como para maquillarme ni ponerme mona.
Bajé las escaleras, y mi madre, ataviada completamente de luto, me esperaba en el recibidor. Cuando llegué allí me abrazó fuertemente, y volví a llorar como llevaba haciendo casi todo el día.
Nos metimos en el coche y tomamos rumbo al cementerio; allí se encontraban todos los amigos de papá, mi tío Billy (su único hermano) y la abuela Barbara.
Me planté sin decir palabra enfrente del ataúd en el que estaba mi padre, justo al lado de mi abuela.
-Tu padre era un gran hombre... -me dijo esta en voz baja, con la angustia en la voz.
-Lo sé. -me limité a decir, pues el dolor no me permitía articular más palabras.
Mis padres estaban divorciados y yo apenas veía a mi padre, aunque él me llamaba casi todos los días. Yo era la persona a la que él más quería... ¡y lo había rechazado en su lecho de muerte!
Rompí a llorar por enésima vez ese día, y las piernas comenzaron a fallarme. El tío Billy se percató de mi debilidad y corrió a abrazarme, permitiendo que dejara caer todo mi peso sobre sus brazos.
La ceremonia comenzó y terminó sin que yo apenas lo percibiera, pues permanecí todo el tiempo acurrucada al hombro de mi tío. Cuando acabó todo, mi madre colocó una corona de flores sobre la lápida de mi padre y luego me tomó por la espalda para acompañarme al coche.
A pesar de llevar cinco años divorciados, a mi madre le dolía tanto como a todos los presentes la muerte de mi padre, y en ese momento intentaba ser fuerte para que yo no viniera más abajo de lo que ya estaba. Es una gran mujer.
A la vuelta, mi madre decidió que debíamos comenzar a sobreponernos a este duro golpe de la vida, y me llevó a tomar un café caliente. Aparcamos junto al Maremagnum, el centro comercial más grande de Barcelona, al que solíamos ir los fines de semana en nuestras sagradas tardes de madre e hija.
El centro comercial se encuentra en el puerto, y para acceder a él hay que cruzar un moderno puente.
Una vez dentro, subimos a la segunda planta y entramos en el Starbucks, mi cafetería favorita. Mi madre pidió un capuccino para mí y un cortado para ella, los recogimos y salimos a la gran explanada de la parte trasera, donde había varios bancos con vistas al mar.
Nos sentamos en uno de esos bancos a tomar nuestros cafés en un absoluto silencio, solo roto por el murmullo del mar Mediterráneo.
-Clara, cariño, sé que todo será muy difícil a partir de ahora, pero la vida sigue...
No respondí, y ella comprendió mi silencio. Nos acabamos los cafés y tomamos rumbo de vuelta, pero me topé con algo que no esperaba... En otro de los bancos de la explanada, Sofía y Pablo se comían la boca tan felices. La ira me invadió en ese momento, propagándose por mi cuerpo y dejando este ardiendo de furia a su paso. No pude más y en ese momento solté todo lo que llevaba dentro:
-¡ERES UNA ZORRA DE MIERDA! -chillé con toda la fuerza que me permitieron mis pulmones.
Sobresaltados, los tortolitos se despegaron y Sofía levantó intentando decirme algo que yo no quise escuchar. Proferí un escandaloso rugido de rabia y huí corriendo, seguida de mi madre, que corría detrás de mí para consolarme.
Corrí sin descanso por el abarrotado puente, empujando a la muchedumbre a mi paso. Llegué al coche, me apoyé en él y me dejé caer al suelo, destrozada por la rabia.
Rompí a llorar desconsoladamente de nuevo, y cuando mi madre llegó no tuvo más remedio que tomarme en brazos e introducirme en la parte trasera del coche. Allí, acostada en el asiento trasero, devorada por una irreprimible angustia, me sumí en la inconsciencia.
Cuando me desperté, me encontraba en mi cama, y mi dormitorio estaba de nuevo ordenado. La calma parecía haber vuelto a tomar el control en mi vida. Me sequé las lágrimas que aún surcaban mi rostro y bajé al piso inferior en busca de mi madre. No la encontré por ningún lugar, hasta que reparé en que eran las once de la mañana, ella estaría trabajando...¡y yo debería estar en el instituto!
Decidí no ir esa mañana, ya que no me apetecía lo más mínimo ver a Sofía; dediqué la mañana a ver programas de corazón mientras me comía exageradas cantidades de snacks y bollería industrial (de ese tipo de cosas nunca faltaban en mi casa)

Por la tarde, llamé a Marc, el chico listo (y muy poco sociable) de mi clase. Le pedí que pasara por mi casa a darme la lista de tareas y ayudarme a hacerlas.
Marc no era lo que se dice mi mejor amigo, pero teníamos buena relación, y aceptó encantado mi petición. Al filo de las cuatro de la tarde, Marc se presentó en mi casa cargado con un montón de libros, libretas y carpetas.
-¡Oh, vaya! Veo que nos espera una larga tarde... -bufé.
-Eh...si... -contestó tímidamente.
Allí, recortado contra el esplendor del sol en una tarde de primavera, su cuerpo se perfilaba perfecto, algo en lo que no había reparado hasta entonces.
La verdad es que, bajo ese aspecto de nerd se escondía un chico bastante atractivo: cabello moreno, piel olivácea y unos ojazos grisáceos que destacaban aún bajo esas gruesas gafas de pastas.
El bueno de Marc se pasó la tarde tratando de hacerme entender los problemas de álgebra, aunque con nulos resultados. Para despedirnos, le di un beso en la mejilla, ante lo que se sonrojó sobremanera.
-Adiós -me despedí en tono amable.
-Hasta mañana -me respondió con una sonrisa, pero algo nervioso. Se dio la vuelta y desapareció a unos metros por la esquina de la calle.
Sin darme cuenta, esa tarde Marc había logrado arrancarme una sonrisa aún después de todo lo ocurrido...

2. UNA NOTICIA INESPERADA

SOFíA

Al día siguiente de nuestra conversación por messenger (¡Joder! Aún no me lo creía, ¡había estado hablando con Pablo! ¡¡El chico de mis sueños!! Y me había pedido quedar...) Pablo se acercó a mí en el recreo.

-¿Te la puedo robar un rato? - le dijo a Clara.

Ésta puso cara de resignación y contestó que si. Debería preguntarle a qué venía esa cara, pero tendría que esperar; si el amor de mi vida me reclamaba, yo no iba a rechazarlo por una amiga que sabía que siempre estaría ahí.
Pablo me llevó hasta las escaleras del instituto, donde nos sentamos juntos, muy pegados, casi tanto como en mis mejores sueños.

-Oye... ¿no le importará a tu amiga que tú y yo...? - preguntó algo tímido.

-No, tranquilo. Pero... me has dejado intrigada. Que tú y yo... ¿qué? - le pregunté pícaramente.

-Pues... no sé... que seamos amigos -empezó a decir dubitativo – o lo que surja... - concluyó dejándome contenta.

En un alarde de valentía, me pegué más a él (si cabía) y puse mi mano sobre sus rodillas. Él reaccionó a mi gesto pasando su brazo alrededor de mi hombro, acercándome todavía más a él.
Giré el rostro y me topé con el suyo a escasos centímetros. Se me puso la piel de gallina ante la cercanía de nuestras miradas, de nuestras respiraciones... ¡de nuestras bocas!

-Me gustas, Sofía – me susurró dulcemente.

Yo me sonrojé ante tal comentario, y sin darme cuenta de cómo, su boca se fue aproximando a la mía. Estaba a solo unos milímetros y me empecé a poner muy nerviosa: nunca había besado a un chico y este sería el primero y más especial pero... ¿sabría besar? Afortunadamente, todo mi temor y desconfianza se disiparon cuando sonó el timbre, cortándonos el rollo de una manera horrible.
Las escaleras se empezaron a llenar de gente, y Pablo y yo nos fuimos cada uno a su clase.

Cuando llegué al aula, Clara ya estaba sentada en su pupitre. La noté muy seca en la clase de literatura, y me di cuenta de que en realidad llevaba todo el día con expresión triste y estaba como ida.

-Clara, ¿te pasa algo?

-¿Ahora me preguntas? -dijo, aparentemente dolida. -Claro, como ahora no está Pablo, te acuerdas de tu amiga. ¿Eso soy para ti, tu segundo plato? ¡Pues vete a la mierda!
Acto seguido, se levantó de la silla y abandonó la clase dando un portazo. El profesor se mostró indignado, pero al poco musitó por lo bajo:

-Ah, es cierto...

Y siguió con la clase con total normalidad. Yo me sentía fatal, no sabía qué era lo que le pasaba a mi amiga, pero debía ser algo muy grave cuando se iba de clase con esos modos, no era para nada propio en ella.
Cuando finalizó la clase la busqué, pero no la di localizado. Esto era muy extraño, y mi sensación de auto-odio se incrementaba por momentos.
Me salté la siguiente clase para llamar a Clara desde mi móvil, pero no contestaba. Escuché la fría y automática voz del contestador automático unas treinta veces, y aún así seguí intentándolo.
Ante el evidente desmarcaje que estaba llevando a cabo mi amiga, decidí irme del instituto a pesar de la harto reiterada norma que prohibía terminantemente la salida del centro en horario escolar sin autorización médica o paterna.
La casa de Clara queda bastante lejos, por lo que tuve que tomar prestada una bici del aparcamiento.
Cuando llegué a la casa (una modesta construcción de dos pisos en ladrillo, pintada de amarillo claro y rodeada por un pequeño jardín).

Toqué al timbre y me abrió Mercedes, su madre, con la que me llevaba muy bien desde siempre.

La noté muy triste y decaída en comparación con su habitual carácter alegre y vital.
Aparte, tenía la nariz colorada, las cuencas de los ojos húmedas y vestía de negro de arriba a abajo.

-Hola, Sofía -me saludó en un tono bajo y con aire cansado- supongo que vienes a darle el pésame a Clara. La animará verte aquí, hoy ha vuelto increíblemente exasperada del instituto...í

¿Pésame? ¿se había muerto alguien? No entendía nada, y comenzaba a ponerme nerviosa.

-¿El pésame? Mercedes...¿Qué ha pasado? -inquirí exaltada.

-¿Clara no te ha contado nada? -preguntó, sorprendida.

-No. Qué... ¿qué ha pasado? -el corazón se me iba a desbocar de un momento a otro. Necesitaba saber que había pasado antes de sufrir un síncope.

-Verás, Sofía... el padre de Clara... ha muerto.

Mis ojos casi se salen de sus órbitas al oír aquello, y de repente encajaron todas las piezas: el comportamiento de mi amiga, la situación en la que estaba su madre, la reacción del profesor,...
Pero ¿por qué Clara no me había dicho nada? ¿Estaba confusa con lo de su padre o realmente estaba tan enfadada conmigo por lo de Pablo? En cualquier caso, no estaba dispuesta a perder a mi mejor amiga por algo así... y mucho menos en esas circunstancias.
Mercedes me dejó pasar al piso de arriba, a la habitación de Clara. Toqué la puerta y oí a mi amiga gritar:

-Mamá, te he dicho que quiero estar sola

-No soy tu madre- le dije a través de la hoja de madera.

-Oh, pues contigo aún me apetece menos estar. ¡Lárgate!

Hice caso omiso a los bramidos de mi amiga y me colé en su habitación. Todo estaba absolutamente revuelto, formando un caos en el que resultaba casi imposible descifrar qué era qué, pero allí estaba Clara, tirada en el único espacio del suelo libre de los objetos que se encontraban esparcidos por toda la estancia.

-Oye, tu madre me ha contado lo de tu padre. Lo siento mucho, sabes que estoy aquí para lo que quieras.

-¡Aghhh! Tanta falsedad da ganas de vomitar.

-¿Por qué dices eso?

-¡Oh, vaya, ¿por qué dices eso?! -me hizo la burla en tono sarcástico- ¡Vamos, Sofía! ¿Es que ahora te importo? No te hagas la buena amiga ahora, si en el único momento en que te he necesitado de verdad, no has estado ahí.

-Clara...¡yo no sabía...!

-Y no tenías por qué saberlo, pero lo mínimo que deberías haber hecho era preguntarme cómo estaba. Pero, claro... ¡Pablo quiere verme! ¡Voy a liarme con Pablo, que me hará caso hasta que encuentre a otra gilipollas como y yo, y voy a dejar de lado a mi mejor amiga de toda la vida!

-Clara... -intenté replicar, pero no me dejó.

-Entérate, tía... ¡Te odio! Y no te quiero ver más en mi casa ¿queda claro? -Asentí- ¡Pues largo!

Me fui cabizbaja y con una sensación de culpabilidad aplastante; Mercedes se despidió de mi, pero no le respondí. Cogí la bicicleta robada y volví a casa. Por el camino me llegó un SMS de Pablo: <>
Ese mensaje me devolvió la felicidad tras el desencuentro con Clara...¿qué sería eso que Pablo tenía que proponerme?